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"Haciendo de república: El manifiesto Koiné y la consejera Borràs"

8/6/2018

1 Comentario

 
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El grupo Koiné, impulsor en marzo de 2016 del manifiesto que lleva su nombre, está formado por un conjunto de sociolingüistas catalanes, conocidos por su compromiso con la voluntad de impulsar, hasta sus últimas consecuencias, la causa nacionalista. Son de hecho los herederos de otro grupo de sociolingüistas que, en 1979, publicaron en la revista «Els Marges» otro manifiesto de parecidas pretensiones y cuyo título, Una nació sense Estat, un poble sense llengua, ya dejaba claro hacia donde se dirigía. Pero lo que entonces era solo un diagnóstico, expuesto con el estilo pedregoso del cientifismo marxista, reapareció en 2016 como un programa de gobierno para la nueva república, la cual se consideraba, en el preámbulo, muy cerca de iniciar su proceso constituyente.

  El tono del manifiesto Koiné —titulado en realidad Per un veritable procés de normalització a la Catalunya independent— también lleva adherida a la piel la mugre del lenguaje revolucionario. Habla de la "toma de conciencia" y de la necesidad de reclutar masas de postulantes para lo que definen como un movimiento ciudadano que reúna "cuantas más voluntades comprometidas en una conducta superadora de la subordinación lingüística; un movimiento en el que es preciso que vaya confluyendo todo el mundo, sea cuál sea su origen y sea cuál sea su lengua inicial". Las dos cursivas son mías. Destaco la primera frase porque sintetiza la idea fundamental del manifiesto: es "subordinación lingüística" toda situación en la que el catalán no sea la única lengua oficial en el territorio. Esa definición legitima, a ojos de sus autores, la imposición de una única lengua territorial: las ideologías siempre tienden a lo tautológico. En la sociedad multilingüe que pretenden gobernar con una oficialidad monolingüe, el castellano tendrá su lugar junto al ruso, el italiano, el chino, el árabe o el urdú. En cuanto a la segunda frase destacada, no hay mucho que decir: el éxito de la empresa depende de que nadie pueda discrepar de ella.

El manifiesto Koiné pone en guardia a propios y extraños contra la "ideología bilingüista" como quien pone en guardia contra la "ideología burguesa". La coartada de fondo es que el enemigo a abatir, la cooficialidad de las dos lenguas mayoritarias de la sociedad catalana, se presenta como la causa de la extinción progresiva del catalán, y el monolingüismo, como una especie de dictadura del proletariado: el único remedio. Sin embargo, lo que en verdad sostiene tal pensamiento es la creencia según la cual las lenguas tienen derechos históricos que hay que considerar por encima de los usos y voluntades de los habitantes de un territorio, lo que en la práctica supone que los actuales ciudadanos de Cataluña deben regir sus vidas según la situación lingüística que imperaba antes de la llegada de trabajadores del resto de España, a los cuales el manifiesto, agarrándose a un triste tópico del populismo catalanista, presenta como una tropa civil enviada por el franquismo para acabar con el catalán. El historiador y sociolingüista Joan-Lluís Marfany, autor de unos cuantos libros importantes que han irritado a los nacionalistas, concluye en Llengua, nació i diglòssia que “la evidencia histórica demuestra con suficiencia que las lenguas no mueren como resultado de esa clase de proceso [por la imposición de otras lenguas], sino porque sus hablantes dejan de hablarlas”. Hoy en día, los ciudadanos de Cataluña pueden vivir enteramente en catalán, si así lo desean; si dejan de hacerlo o  si, en opinión de los sociolingüistas de guardia no lo hacen lo suficiente, es también por su voluntad. No aceptar eso es situarse en el siglo XIX.

Es verdad que en el mundo independentista, el manifiesto Koiné no consiguió una adhesión unánime; muchos lo rechazaron, y algunos incluso señalaron las falacias que contenía, pero también es verdad que le prestaron su firma personas muy destacadas de la vida política y cultural catalana, desde militantes de la CUP hasta altos cargos de la administración convergente. Escritores, editores y educadores constituyeron un número importante de adherentes. La nueva consejera de Cultura, Laura Borràs, estuvo entre los firmantes. Cuando le preguntan por qué suscribió el manifiesto Koiné, se justifica diciendo que ella es partidaria del multilingüismo y que una persona como ella, que habla cinco idiomas, no puede rechazar el castellano ni ser en modo alguno supremacista.  Y, después de esto, añade que lo que no se puede negar es que el castellano es una lengua de imposición. También fue Marfany quien aportó documentación suficiente para que quedase demostrado que el castellano penetró en Cataluña a inicios del siglo XVI por iniciativa de la aristocracia. Las clases privilegiadas del Antiguo Régimen contribuyeron activamente a la construcción de la nación española y adoptaron el castellano como lengua de cultura. Las clases populares, que eran analfabetas, solo usaban el catalán, y no empezaron a adoptar el castellano como lengua de cultura hasta la aparición del anarquismo a finales del XIX, pero también lo hicieron libremente, como cabe esperar de unos anarquistas. 

A nadie debe sorprender que los cargos del nuevo gobierno separatista de la Generalitat tengan esas ideas metidas en la cabeza. Llevan ahí mucho tiempo. Pueden permanecer en estado latente bajo los modos y maneras de un comerciante o de un predicador, transmitirse pedagógicamente en escuelas y universidades, revestirse de pensamiento científico para ser proclamadas como inevitables, divulgadas por los medios como parte de la corrección política, y en los momentos de ensueño o en los ataques de rabia, manifestarse en su forma más inconfundible. Llegados a este punto resulta ocioso pedir a sus portavoces que se defiendan de la acusación de supremacista. Siempre contestarán lo que saben: que el nacionalismo catalán es un movimiento democrático que vela por los derechos humanos, o que el talante catalán —no así el de otros pueblos— está reñido con el supremacismo. Lo que no saben es que sus ideas se han formado por aluvión, bajo una fuerte corriente sentimental que arrastra sedimentos de las peores ideologías de las dos últimas centurias. Y todo lo que no sea eso no lo consideran digno del siglo XXI.

FERRAN TOUTAIN, escritor y profesor de Comunicación (URL). Miembro de la Junta del Club Tocqueville.


1 Comentario
Juan Giménez link
9/6/2018 12:04:58

Me interesa mucho el tema. Enhorabuena por su artículo. No sé si podría ayudarme a encontrar recursos científicos (libros, artículos) donde podamos combatir estos planteamientos supuestamente "científicos" (Borras dixit) con experiencia de políticas lingüísticas comparadas, procesos de sustitución, etc..

Gracias por su ayuda,

Juan Giménez Olavarriaga

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