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IDEAS

"Brexit: So be it" de Josep Mª Lloveras

31/1/2020

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En febrero de 2019 participé junto a Nuria González en una sesión del “Young Tocqueville” sobre el Brexit. Aunque el resultado de este largo y agónico proceso no estaba aún decidido, defendí que la salida ordenada del Reino Unido (R.U.) de la Unión Europea (UE), aunque lamentable, era lo mejor que cabía esperar. Ha pasado un año; tres y medio desde el referéndum del Brexit, con sucesivas fases de incredulidad, confusión y alivio. En esa hora de la verdad sigo creyendo lo que sostuve entones. 

Pero el Brexit no se debe subestimar. La salida del RU de la UE representa una pérdida importante para ambas partes y especialmente para la primera, dada la asimetría de la relación. La Unión pierde un socio de excepción. Una de las democracias más antiguas de Europa, defensora del libre mercado y la apertura comercial, impulsora del mercado único, la mejor diplomacia europea, con un puesto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, un potente aparato de defensa dotado de fuerza nuclear, el sistema universitario más prestigioso, un potentísimo entorno para la investigación, el mayor centro financiero mundial. 

Sin embargo, el R.U. ha tenido siempre una visión mercantil de Europa, que se acaba en el mercado interior, sin llegar nunca a la ambición de una Europa integrada económica y políticamente, objetivos que ya se apuntaban en la declaración de Roma y se vieron confirmados en el tratado de Lisboa. Para comprenderlo hay que partir de la visión “realista” que ha dominado tradicionalmente la política exterior británica, en especial en relación con el continente. Como fuerza insular, limitada en espacio y recursos naturales, pero conectada al mundo, había preferido siempre el equilibrio de poder resultante de un continente dividido. Así evitaba que ninguna de las partes pudiera dominar el conjunto y constituir una amenaza para su soberanía. Ello le ha llevado a pactos cambiantes, apoyar el débil contra el fuerte y practicar la máxima de Lord Palmerston: no hay amigos ni enemigos, sino simplemente intereses. 

El famoso discurso de Winston Churchill de 1946 en Zurich, abogando por una Europa unida, incluyendo Alemania, como forma de superar la segunda guerra mundial, representa un cambio de paradigma. Con las bombas cayendo sobre el cielo de Londres, Churchill había comprobado que en el nuevo contexto la división de Europa había pasado de ser una garantía a constituir una seria amenaza a la supervivencia de su país. Por consiguiente, manifiesta su apoyo a una nueva Europa unida, pero solo hasta cierto punto y sin voluntad de integrarse en ella. Desde entonces el R.U. ha permanecido a la zaga de la integración europea, siguiéndola con interés, pero siempre distanciada.  

Lluis Foix nos recordaba en La Vanguardia del 24 de enero que, cuando los seis países fundadores de las primeras comunidades europeas se reunieron en Mesina en 1956 para sentar las bases del tratado de Roma del año siguiente, el entonces primer ministro británico mandó un observador que dejó esta nota: “Dejo Mesina satisfecho porque, aunque se sigan reuniendo, no van a acordar nada, si acuerdan algo no se traducirá en resultados y si los hay conducirán a un desastre”.  Afortunadamente estos pronósticos no se han cumplido. Pero el sentimiento de inquietud ante la integración europea ha permeado las élites políticas británicas. Hábilmente manipulado por políticos irresponsables con fines partidistas, en un clima de populismo y euroescepticismo, se ha traducido en el Brexit. 

El R.U. se mantuvo al margen del mercado común europeo en sus orígenes. En su lugar promovió la asociación europea de libre comercio con los países más afines. Pero pronto observó que el proyecto de los seis iba en serio y aplicó el dicho inglés “if you can’t beat them join them”. Su primera demanda de adhesión, en 1961, fue rechazada por de Gaulle. Fue solo a la tercera la vencida, con el general ya fuera del poder, en 1969, cuando Francia aceptó su solicitud. El RU accedió a la Comunidad en 1973, aunque sometió esta decisión a un primer referéndum en 1975, que la ratificó.

La pertenencia del R.U. a la entones CEE, posteriormente UE, ha estado siempre centrada en la construcción del mercado común, luego mercado interior y en el desarrollo de una política comercial abierta al mundo. Ha aportado, en este sentido, un impulso muy positivo a la construcción europea. Sin embargo, su conducta somo socio ha estado plagada de reticencias, cuando se podían exceder los límites de sus escasas ambiciones. El temor a ceder soberanía ha sido su principal línea roja.  Pero sabemos que Europa se integra a base de ceder competencias de sus estados miembros a la Unión, en aquellos ámbitos donde ésta puede conseguir resultados que aquellos individualmente no pueden alcanzar. No se trata de un juego de suma cero. En un mundo globalizado, solo cediendo soberanía logran los estados recuperarla, de forma colectiva. 

La postura británica, apoyada en un funcionariado profesional e insistente y sumada a una actitud acomodaticia de parte de los restantes países miembros, ha resultado en numerosas concesiones. El R.U. no se integró en el euro; no accedió a la zona Schengen; se opuso al desarrollo de una política social; negoció durante la época de Margaret Thatcher, so pena de bloqueo (I want my money back), una reducción de sus obligaciones financieras, conocida como cheque británico; frenó cualquier progreso hacia la armonización fiscal;  neutralizó avances en materia de defensa o política exterior compartidas;  rebajó ambiciones en la preparación de la constitución europea; impidió que la carta de los derechos fundamentales de la ciudadanía se incorporara al articulado del tratado de Lisboa. Y, sin embargo, la excepcionalidad británica no fue suficiente para evitar el Brexit. 

No es difícil deducir que con un socio parejo la UE tenía un futuro acotado. Los promotores del Brexit pensaban tal vez que su demanda se traduciría en nuevas concesiones, provocaría un cisma en la Unión o daría un ejemplo a seguir por otros. Por el contrario, la Unión ha mantenido y reforzado su cohesión, preservando la integridad de su acervo. La nueva Comisión presenta una agenda ambiciosa. Se vuelve a considerar la posibilidad de reformar los tratados. Se eleva el nivel de ambiciones en materia de unión económica y monetaria, social, fiscal, inmigración y otros.

La plena integración europea no ha sido nunca un camino fácil, pero el Brexit abre una ventana de oportunidad. La UE puede avanzar más decididamente en las áreas clave que no eran del gusto del socio británico. Esto la haría más atractiva para los que se quedan y también para los que se han ido. La sociedad británica se ha distinguido siempre por su pragmatismo. Su juventud y la población urbana se han mostrado mayoritariamente partidarios del “remain”. ¿Es descabellado pensar que, si logramos construir la UE que esperan los ciudadanos, quizá llegue el día en que los británicos vuelvan a llamar a su puerta, dispuestos a aportar, sin reservas, su enorme potencial?.

 Brexit, so be it.

JOSEP Mª LLOVERAS
Ex funcionario europeo y socio del Club Tocqueville.

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